Uno de los momentos más significativos en la vida de un joven de nuestro pueblo, y por extensión del resto de pueblos de España, era el de prestar el Servicio Militar, obligatorio por entonces. Hasta ese momento la vida de la mayoría de los adolescentes de antes de los años 60 se había circunscrito al ámbito de su localidad o comarca: alguna feria, fiesta patronal o viaje a pueblo no muy lejano, como en nuestro caso Plasencia, a comprar o a vender algunos de los productos del agro. Aquella mañana del 16 de abril de 1954 cuando la Rubia de tío Angelillo (el autobús de linea en esos días) pasó por nuestro pueblo a eso de las 9, como acostumbraba, recogió a varios quintos vecinos nuestros que eran acompañados por sus padres y madres con destino Plasencia. Aquella noche durmieron todos ellos en la Posada de tío Cachapera en nuestra vecina ciudad para presentarse en la Caja de Recluta al día siguiente donde los padres de cada cual "entregaron" a sus retoños a las autoridades militares que sin pestañear los embarcaron en la estación de ferrocarril, sobre las 7 de la tarde, en uno de los "confortables" trenes militares de la época propulsado por una robusta locomotora de vapor. Como nada es eterno el primer viaje en tren de la mayoría de ellos terminó en Madrid en la estación de Atocha a la 4 de la madrugada del día siguiente donde, con más cara de susto que de sueño, los camiones militares los recogieron y los entregaron en sus respectivos destinos. Al de la foto, mi tío Valín, lo arrojaron en el Parque Maestranza de Artillería, cuartel 2, donde a los 10 ó 12 días de haber llegado le tomaron esta instantánea para dar fe de que estaba todavía en el reino de los vivos. Tía Cipriana y tío Valeriano, los padres del fotografiado, se preguntarían si sobraba traje o faltaba tío aunque se consolarían pensando que el "jato" de soldado y las botas de siete leguas se los habían dado grandes porque con las buenas y copiosas comidas de las instalaciones de Defensa a buen seguro que los llenaría cuando volviera a casa licenciado. A las dos semanas de llegar le "invitaron" al campamento en Colmenar Viejo donde fue sometido a férrea disciplina hasta que juró bandera 35 ó 40 días después. El 22 de julio del año siguiente, tras 17 meses de servicio en las confortables y económicas dependencias del Estado, fue devuelto a su casa con el marchamo de "español y hombre" para que pudiera disfrutar de San Roque el "Chico" unos días más tarde después de tan inolvidable vivencia. Tanto le gustó Madrid que no tardó mucho en volver a aquellos lares a buscar vida y fortuna. No me ha dicho si las encontró, pero allí sigue. La foto nos la ha dejado el tío Valín que la conserva como oro en paño.