Mis primos Manolo y Rosa Maria, los dos hijos mayores de Sebita y Crescencio, en una fotografía de mediados de los años 50 tomada en la calle que baja a la Plaza, al lado la casa donde vivían. Se puede ver al fondo de la imagen la casa de tío Quico (el de las poesías) que después pasó a pertenecer a Josefa la de tío Joseíno. Comenta mi madre que la niña lleva un precioso abrigo de color rojo que le hizo su tía María, la modista de la familia hermana de Sebita y de mi madre, que desgraciadamente la instantánea no recoge. Detrás de los niños tenemos "cazada" a Goya, me imagino que habría dejado por un momento la por entonces única centralita de teléfonos que teníamos en Valdeobispo. A lo pies de ésta una gallina. Recuerdo lo pintoresco que resultaba por entonces el tener gallinas. Había gente que las criaba en huertos y corrales grandes y por las mañanas les abrían el gallinero y los animales salían a darse vida y picar por los alrededores. Pero otros muchos vecinos solo disponían de pequeñas casillas al lado de su casa o a las afueras del pueblo y que por la mañana les abría la puerta donde las aves habían estado encerradas por la noche y éstas salian a pasear buscando qué comer y rondaban prácticamente por todas las calles del pueblo. Al caer la tarde instintivamente los animales regresaban a su casilla, se metían solos dentro y el dueño solo tenía que cerrar la puerta, recoger los huevos y ponerles algo de grano o de pienso si se emparejaba junto con los restos de la comida que sobraba en casa. No era raro encontrarse un grupo de gallinas con su gallo al torcer una esquina y que el pollo se te tirase a la cara y tuvieras que salir corriendo para que no te siguiera picando. Para que unas gallinas y otras no se mezclasen y hubiera discusiones entre los dueños sobre la propiedad del animal, cada ave llevaba un trozo de tela atado al ala procedente de alguna camisa o vestido viejo de modo que cada uno ponía a sus gallinas un color diferente y así todo el mundo sabía a quién pertenecía la gallina o el gallo. Nadie las robaba y todo el mundo encontraba cotidiano el verlas picoteando por cualquier calle de nuestro pueblo. Tiempos para no olvidar. Otra fotografía que me ha dejado la tía Juliana, tía de los dos que aparecen en la imagen. |